Necesidad de aprender...

Una manera segura de frenar un proceso de transformación institucional es detener todo proceso de aprendizaje. Las empresas de más éxito premian la experimentación ya que el aprender de los errores ayuda a acertar en la siguiente ocasión, lo que a su vez potencia la creatividad. Los colaboradores desarrollan un mejor trabajo cuando asumen riesgos sabiendo que no se les criticará por ello si fracasan. Pero este aprendizaje no surge espontáneamente. Se ha de invertir en sistemas que pongan de manifiesto la forma en que se lleva a cabo, que pueda seguirse y determinar quienes están participando y qué resultados se obtienen. Las organizaciones que promueven este aprendizaje facilitan el lanzamiento de prototipos y proyectos experimentales, trabajan con nuevas ideas y el efecto sobre los dientes, y comparten la información para mejorar las propuestas. ¿Qué iniciativas de innovación y aprendizaje puedes identificar en tu organización y en cuántas participas?...

Cambiar agota

Las empresas pueden comprometer esfuerzos y recursos considerables para poner en marcha nuevas iniciativas. Pero mantener esos impulsos para realizar cambios significativos en contra de la inercia institucional es un reto de primer orden. Ningún proceso de transformación es inmune a la fatiga, aunque pueden darse algunos pasos para prevenirla. Algunos equipos pueden verse abrumados por la dimensión y complejidad de los cambios. Pero quienes los dirigen con eficacia pueden diseñar pequeños proyectos con hitos frecuentes que generen una cadena de logros continuada. Pueden centrarse también en mantener unos objetivos sencillos y de limitado alcance o engrasar los procesos organizando las tareas de manera secuencial y progresiva. También deberán preocuparse de contener la rotación en los puestos de más responsabilidad para evitar que su ejemplo lleve al desánimo y escepticismo a los más jóvenes. Los directivos intermedios juegan un papel determinante en los programas de gestión del cambio pues actúan como sus mayores defensores y aseguran la continuidad. El asignarles responsabilidades reales liderando equipos con cometidos importantes y premiarles generosamente sus esfuerzos contribuye a que la transformación institucional se complete....

Esfuerzos por mejorar...

Aunque la mayoría de la gente piensa que esforzarse por conseguir determinadas cosas, (como coches, casas, dinero, posición social) les hará felices, la realidad es que esas cosas no proporcionan ni de lejos la satisfaccion estable y de larga duración que genera el ser mejor en algo que se hace. Por el contrario, la motivación continuada por aprender y mejorar hace que superarse sea infinitamente más divertido y satisfactorio. Cuando se consiguen aquellas cosas materiales, raramente se siente uno satisfecho. En sí mismas son sólo un cebo. Perseguirlas te obliga a crecer y es ese crecimiento, no la recompensa directa, lo que importa. Esto significa que, para muchos, el éxito está en esforzarse y crecer tan eficazmente como sea posible, es decir aprendiendo rápidamente acerca de uno mismo y de lo que les rodea y entonces cambiar para mejorar....

Es doloroso

Para ganar en fortaleza te has de esforzar más allá de tus propios límites y eso es doloroso. Esto vale tanto para el desarrollo físico como intelectual, y especialmente cuando has de hacer frente a la dura realidad de las propias imperfecciones. Sin embargo, la mayoría de las personas instintivamente rechazan el dolor. No hay modo de evitar ese daño, especialmente si persigues metas ambiciosas. Lo creas o no, tienes suerte de experimentar ese tipo de dolor; si lo abordas adecuadamente te señala la necesidad de encontrar una solución que te permita progresar. Si eres capaz de racionalizar esa molestia, reflexionando sobre ella en vez de evitarla, podrás aprender y progresar con más rapidez. Pronto te acostumbrarás y no sabrás operar de otro modo. Se trata de adquirir ese hábito. Los retos a los que te enfrentas te ponen a prueba y te fortalecen. Si no tropiezas con la suficiente frecuencia, es señal de que no estás empujando con fuerza más allá de tus límites, y, por tanto, no lograrás maximizar tu potencial. Ese proceso puede ser tan estimulante que llegará a volverse adictivo....

Arremángate

Ahora que tienes un nuevo trabajo, arremángate y trabaja duro, con coraje y determinación, en cosas que supongan verdaderos retos. No hay otra opción válida. El futuro está en manos de quienes asumen su responsabilidad y se arremangan sin titubear. Con esa actitud podrás alcanzar lo que te propongas. Pero no pienses en logros personales sino en la contribución que puedes hacer a tu organización. Acude a trabajar con la mentalidad de descubrir qué puedes hacer por tu empresa. Pregunta en qué puedes colaborar y encontrarás mentores que te ayuden. Y obtendrás resultados destacados y oportunidades de crecimiento y desarrollo. Lamentablemente no son muchos los que se caracterizan por presentarse a trabajar cada día con esa actitud. ¡Mejor para ti!...

Pequeñas victorias

Tener objetivos de largo plazo, y trabajarlos a conciencia todos los días es el sello que caracteriza a los directivos con coraje. Los grandes objetivos señalan la dirección a seguir y estimulan a las personas, pero si sólo te quedaras en eso estarías perdido. El camino del éxito se construye mediante pequeñas victorias. Incluso los logros más grandes y gloriosos se fundamentan en esos otros éxitos más modestos que te hacen avanzar. Tu papel como directivo te debe llevar a estructurar lo que haces con tus colaboradores como una serie de pasos asequibles, que lleven a tomar mejores decisiones, que sostengan la motivación, y que ayuden a mantener la tranquilidad. Cuando elaboras un reto excesivamente ambicioso, complejo o difícil, tu gente se asusta y se bloquea. Tus colaboradores piensan y actúan con más eficacia cuando se enfrentan y conquistan retos más modestos y asequibles. Un buen directivo sabe que cuando se centra en las pequeñas cosas, las grandes acaban saliendo solas. Mira de dividir los problemas en varios retos más sencillos y habla y actúa como si cada pequeña tarea fuera algo que tus colaboradores pueden realizar sin excesiva dificultad. Si lo haces así, transmitirás calma y confianza e incitarás a una actuación más eficaz....

La regla de los 5 segundos...

La encontrarás en el libro de Mel Robbins, The 5 Second Rule: Transform Your Life, Work, and Confidence with Everyday Courage. Es una regla sencilla, capaz de superar las resistencias del cerebro para generar cambios de comportamiento que ayuden a conseguir grandes metas. Su uso es muy simple: La aplicas cuando sientes el impulso de actuar para realizar un objetivo o un compromiso, o cuando dudes en hacer algo que sabes que deberías hacer. Consiste en contar hacia atrás, 5, 4, 3, 2, 1 y actuar. El contar te ayuda a centrarte en el objetivo y te distrae de las preocupaciones, miedos e ideas que te frenarían a actuar. Contar y tomar la inicitiva son acciones que llevas a cabo. Al forzarte a actuar, cuando lo normal sería detenerte en consideraciones, genera un efecto de cambio poderoso. Mientras cuentas, te olvidas de las preocupaciones y centras la atención en lo que necesitas hacer. Te fuerzas a actuar e interrumpes la tendencia a vacilar, a pensar más de la cuenta, y resistirte. Puedes utilizar esta regla cuando necesites cambiar de comportamientos, desarrollar nuevos hábitos, abandonar tendencias destructivas o desarrollar el autocontrol para ser más intencionado en las relaciones con los demás. Te ayudará a descubrir el coraje que necesitas para hacer cosas nuevas, problemáticas o que te asusten. Esta regla calmará tus dudas y te generará confianza al empujarte a perseguir lo que deseas, a compartir tus ideas, a participar en proyectios ambiciosos, o a ejercer el liderazgo. Ganarás en control mental para superar los pensamientos negativos y acabar con esa ansiedad interminable que te lastra. A miles de personas les está funcionando…...

El difícil equilibrio...

Todo directivo tiene que encontrar el equilibrio entre gestionar en exceso o no gestionar apenas. Quienes son excesivamente asertivos pueden dañar sus relaciones con superiores, colegas y colaboradores. Pero quienes no lo son lo suficiente, no empujarán lo necesario a los miembros de su equipo para lograr los objetivos más exigentes. Los que adoptan una actitud intermedia demuestran ser más eficaces y con mejores perspectivas de éxito futuro. Un directivo eficaz sabe que muchas veces es mejor dejar a la gente a su aire, que estar muy encima de ellos o no influye en su desempeño, o lo destruye por completo. Mientras que los directivos extremadamente controladores piensan que sus indicaciones e implacable seguimiento aseguran los resultados. Esos directivos pesados también deterioran el desempeño con sus incesantes e inútiles preguntas que no hacen más que interrumpir el trabajo de la gente. Los colaboradores que se sienten continuamente observados son menos creativos y evitan meter la pata delante de sus jefes, moviéndose sólo dentro de líneas establecidas y seguras. En ciertas ocasiones, la mejor dirección es la que no se ejerce, o la menos intervencionista. Eso no significa que un buen directivo sea el que ignora por completo a sus colaboradores o quien les agobia con su susceptibilidad. Hay veces en que es preciso formar a las personas, mostrar disciplina, comunicar la dirección a seguir, e intervenir de mil maneras. Tu trabajo directivo consiste, la mayor parte del tiempo en no hacer daño, pendiente sólo de intervenir cuando algo se desvíe para corregirlo. Los buenos directivos ocupan su jornada buscando ese punto de equilibrio entre el interferir poco o en exceso, supervisando pero sin agobiar, incordiando cuando sea necesario para sacar lo mejor de su gente pero ganando su respeto y no su desprecio....

El coraje les empuja

Los mejores directivos piensan y actúan como si corrieran una maratón, y no haciendo sprint. Su determinación refleja su perseverancia y pasión por las metas a largo plazo. El coraje implica trabajar con energía los retos, sosteniendo el interés y el esfuerzo a pesar de los estancamientos, adversidades o fracasos. Su ventaja nace de la capacidad de resistencia. Los grandes directivos inculcan ese coraje en sus colaboradores. Son obstinados y pacientes, apremiantes para ir siempre adelante. Crean a su alrededor un sentido de urgencia sin hacer de la vida una continua amenaza a la supervivencia. Les empuja la insistente convicción de que todo lo que ellos y sus colaboradores hacen puede mejorarse si se esfuerzan un poco más, si aplican algo más de creatividad. Tienen ese irritante convencimiento de que no hay nada que esté lo suficientemente bien, de que nunca se deja de aprender y de que jamás te puedes dormir en los laureles....

Importa mucho

Importa mucho el ser un buen o mal directivo. Cómo sea el directivo importa a cuantos dependen de él, a todos los que ha de guiar y evaluar, a quienes han de lidiar cada día con sus virtudes, fobias y rarezas. Son la causa de la mayor parte del estrés laboral de sus colaboradores y su manera de influir en ellos marca la diferencia en el desempeño de los equipos y las organizaciones. Los equipos con buen liderazgo (intelectualmente estimulante, carismático, que fija unas expectativas claras) trabajan mejor, producen de manera más rápida, son más eficiente, diseñan mejores ofertas y las colocan más rápidamente en el mercado. Esos directivos tienen un impacto mucho más positivo en el desempeño y el compromiso de sus colaboradores. Y los altos directivos son aún más determinantes, pues han de establecer el tono con el que el resto han de comportarse, lo que reverbera en toda la organización, conformando su cultura y el grado de desempeño. Los directivos conforman el modo en que sus colaboradores emplean su tiempo, si lo disfrutan o se desesperan, si se mantienen saludables o enferman, si sus resultados son buenos o deficientes. Lamentablemente, abundan los directivos mediocres e incluso pésimos. Asumamos que no tienen la culpa, que no son conscientes de su impacto ni nadie les enseñó cómo debían comportarse. Habrá que empezar a formarlos…...

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