El coraje les empuja

Los mejores directivos piensan y actúan como si corrieran una maratón, y no haciendo sprint. Su determinación refleja su perseverancia y pasión por las metas a largo plazo. El coraje implica trabajar con energía los retos, sosteniendo el interés y el esfuerzo a pesar de los estancamientos, adversidades o fracasos. Su ventaja nace de la capacidad de resistencia.

Los grandes directivos inculcan ese coraje en sus colaboradores. Son obstinados y pacientes, apremiantes para ir siempre adelante. Crean a su alrededor un sentido de urgencia sin hacer de la vida una continua amenaza a la supervivencia. Les empuja la insistente convicción de que todo lo que ellos y sus colaboradores hacen puede mejorarse si se esfuerzan un poco más, si aplican algo más de creatividad.

Tienen ese irritante convencimiento de que no hay nada que esté lo suficientemente bien, de que nunca se deja de aprender y de que jamás te puedes dormir en los laureles.