Admitiendo el error

¿Cometemos errores? Reconozcámoslo, la mayor parte del tiempo. Existe la idea de que incurrir en errores es señal de incompetencia, y por tanto, nuestro orgullo nos impide reconocerlos e incluso nos lleva a evitar las circunstancias o iniciativas que nos pondrían en la situación de cometerlos.
 

Pero es obligado distinguir entre dos tipos de errores para poder responder a algunos comentarios recibidos a una nota anterior. Sin duda me equivoqué al no ser más claro. Empiezo por identificar el tipo de error que me parece más frecuente.

Las decisiones que tomamos cada día se producen en contextos de máxima complejidad, dado que se ven influenciadas por factores cada vez más numerosos e inciertos. Por una parte el entorno extremadamente cambiante, que bien podría definirse como caótico. Por otra, las personas con las que hemos de interactuar en cada decisión. Finalmente, nuestra propia capacidad para ejecutar lo que nos hemos propuesto. Las variables que condicionan el resultado de nuestras decisiones y acciones son tantas y tan poco controlables, que la obtención precisa del resultado previsto es altamente improbable.

Según sea el entorno cultural y social en el que nos movamos, podemos llegar a encontrarnos con una reacción fuertemente negativa ante estos “fracasos”. Es difícil, en lo personal, no sentirse afectado por esas valoraciones externas, pese a que en sí mismas estén cargadas de desconocimiento y sean equivocadas.

Pero si se reconoce la verdad de los hechos, que incluye nuestra capacidad para tomar iniciativas en entornos inciertos y la obtención de resultados no deseados, entonces los errores se convierten en una fuente de experiencia impagable. Y en eso consiste la humildad, en reconocer la verdad. Y ella nos hace mucho más capaces para la próxima decisión.

Por tanto, es preciso reconocer el valor intrínseco del error como vía de aprendizaje para el que lo comete, ignorando las valoraciones procedentes de terceros. Tanto más cuanto hoy día los acontecimientos se producen a velocidad de vértigo y la necesidad de decidir y redefinir las acciones es continuada.

Pero estas circunstancias determinantes de errores diversos y frecuentes nada tienen que ver con la repetición de un mismo error por el mismo sujeto. Aquí hay alguien que no puede o no quiere aprender. En el primer caso, ciertamente excepcional, es perdonable. En el segundo, no; y me temo que no hay motivación externa que pueda arreglarlo en el corto plazo.

Para concluir, una propuesta para avanzar un paso más en la buena dirección: Que tus errores no sirvan sólo para que aprendas tu sino para que aprendan los demás. Y para ello qué cosa mejor que hacer públicos tus errores. Te regalo este enlace de una iniciativa que pienso copiar: “Admitting Failure