No es lo que parece

Mirando hacia atrás observo que las oportunidades de avance significativo en mi carrera profesional se produjeron en momentos singulares que poco anticipaban las consecuencias que de ellos se derivarían. Es una experiencia en la que coinciden muchas otras personas y que suelen atribuir a estar en el lugar adecuado en el momento oportuno. Pasados los años se felicitan por haber optado por algo que otros rechazaban y que les ha reportado grandes beneficios.

A mi no me parece un análisis correcto, ni un planteamiento del que se pueda aprender. Si eso fuera así, nuestra progresión sería el resultado de un azar, en el que nuestro papel no iría más allá del acto de comprar el número de lotería. Se generalizaría un conformismo y una resignación entre aquellos que parecen no progresar. O lo que sería peor, se instalarían en un resentimiento ante las desigualdades que de manera injusta reparte la vida.

Mi opinión es otra. Si recordamos esos momentos como singulares es porque fueron el origen de unas decisiones concretas que se siguieron de compromisos y esfuerzos, de asunciones de determinados liderazgos que fueron la causa final de los avances de nuestra carrera. Y eso sí que se puede transmitir y de ahí se puede aprender.

No niego que la suerte, o la originalidad de determinadas decisiones, o la ausencia de otros voluntarios para asumir aquellas responsabilidades puedan jugar algún papel favorecedor, pero en modo alguno significativo. Los resultados no se consiguen por haber realizado una apuesta acertada sino por el desempeño esforzado de todas las tareas que acabaron conduciendo a ellos.

En efecto, el azar es el nombre tras el que se oculta alguien que no quiere aparecer, pero que seguro conocemos.