¿Cuánto has estudiado hoy?

Y no qué has aprendido hoy, que era como inicialmente pensaba titular esta nota. La diferencia está en el esfuerzo que reclama la acción de estudiar. Es fácil aceptar que uno debe mejorar y desarrollarse, y podría parecer, como le pasaba a un amigo, que el hecho de relacionarse con clientes y proveedores, de asistir a reuniones y conferencias ya enseña lo suficiente…

Puedes empezar por preguntarte qué has logrado aprender hoy que no supieras ayer y que te sitúa en mejor posición para ayudar a tus clientes. No puedes ser mañana el mismo que has sido desde hace años. Ya nada es igual.

Para atender satisfactoriamente a tus clientes y crear vínculos de larga duración debes disponer de la mejor formación que puedas alcanzar. Nadie da lo que no tiene. No le serás de utilidad a tu cliente pues no podrás  ayudarle a hacer mejor su trabajo. Tu capacidad para relacionarte con ellos, para comprender sus necesidades y formular propuestas de valor atractivas y singulares, depende de tu desarrollo personal y profesional.

También lo exige el contexto empresarial por el que atravesamos. Son muchos los que miran hacia afuera porque es allí de donde esperan que llegue la solución a sus problemas, en vez de mirar para adentro, de trabajar internamente para desarrollarse ellos mismos.

De ahí la obligación de contar con este objetivo estratégico. Que como todo objetivo se ha de formular con indicadores, metas y mecanismos de evaluación, y ha de concretar las tareas para lograrlo. Mi consejo es que establezcas cuántas horas del día o de la semana dedicas a formarte.

Tu decides lo que quieres estudiar: Aprender un idioma, la aplicación de una ley, la gestión de una patente o la revisión de un proceso, o avanzar en una virtud como el orden o hacer crecer el número de amigos… Cada una de esas cosas sólo se alcanza con acciones diarias y constantes. No importa lo que tardes en llegar sino que mañana no te encuentres en el mismo sitio en que estás hoy.

Por tanto, no hay que impacientarse. Los frutos llegarán a su hora. Aunque me parecería extraño, quizás no los veas hasta que el entorno no se arregle. Pero entonces surgirá con fuerza todo el trabajo hecho calladamente mientras los demás se lamentaban por lo mal que iban las cosas.

¡Pero tiene que ser divertido…!, me reclamaba el mismo amigo del principio. No estoy seguro. Que te guste hacerlo y que apasione me parecen características deseables, pero divertido no creo que sea el mejor criterio para evaluar si es lo que te toca hacer.

Recuerda: Si no progresas, regresas…