Demasiado ruido

La agitación de los negocios, la competencia de todos contra todos, la persecución de objetivos diversos y dispersos, la discusión acalorada por defender opiniones de las nadie está seguro…

Ahora los decibelios han aumentado hasta hacerse ensordecedores. Las voces generadas por bancos, deudas, primas y cuñados, amplificadas por voceros aparentemente ilustrados, ya no dejan pensar. No hay manera de entenderse ni de reconocerse.

No nos entendemos acerca de lo que es más conveniente para volver a trabajar, en algo, con eficacia, y de utilidad para alguien. Ni tampoco sobre cómo realizarlo, ni con qué recursos, ni en compañía de quién. Ni el porqué de las trabas y limitaciones que algunos ponen para hacerlo.

Ni nos reconocemos por los metros con que nos miden. Nos aplican una contabilidad que nos señala la depreciación de nuestros activos, los que teníamos pero ya no tenemos, y nos valora lo que nunca tuvimos pero ahora debemos. Y los que así cuentan todavía reclaman cobrar por sus ejercicios de magia.

Puestos a valorar bien lo que tienes, es preciso saber qué activos son verdaderamente valiosos e interesantes. No consigo recordar a nadie que se presente a sí mismo por el sueldo que gana o la cifra de su patrimonio. Quizá los hay pero son unos insensatos que me alegro de no haberme tropezado.

Son otros activos, los no tangibles, los que te deben preocupar. Lo que sabes, la experiencia que adquieres, lo que estás aprendiendo, a quién conoces, a cuántos ayudas, el bien que haces… No importa que no aparezcan reflejados en el PIB ni en los balances de la contabilidad nacional. Pero al final son los que más cuentan.

Insisto, demasidado ruido. Si volviera la calma, con un poco de silencio, recuperaríamos el sentido y veríamos que estos tiempos son los mejores para enriquecerse de verdad.