Odios

Hay una epidemia mundial de odio, de peores consecuencias que las originadas por enfermedades. No hay ninguna duda; las pruebas son concluyentes. No es que nos acerquemos a una crisis. Es que estamos en medio de ella.

El odio no es una enfermedad física, sino mental, emocional, y espiritual y como tal hay que tratarla. Y no es algo singular sino múltiple y diverso. Odios que nacen del reconocimiento de ser o sentirse diferentes, de tener intereses contrapuestos.

Hay tantos odios diferentes y por tantas razones, entre personas, grupos y naciones que la resolución de esta epidemia no puede abordarse de manera sencilla ni inmediata.

Las soluciones, aunque parciales se han de basar en la aceptación de que:

  • Las diferencias no tienen por qué ser causa de odios.
  • Es posible buscar, identificar y destacar las coincidencias.
  • Se pueden tolerar las diferencias.

Quizás baste señalar aquí la responsabilidad de cada uno de luchar contra el odio en su propio ambiente. Esa epidemia de odio no puedes subsistir en un entorno dominado por la buena voluntad. Ese debiera ser el primer paso; crear una atmósfera generosa de buena voluntad que se difunda entre personas, grupos y naciones.