Tragedia

Más pronto o más tarde te habrás de enfrentar a una tragedia personal. Las ves que suceden a tu alrededor y de momento parece respetarte a ti. Pero, ¿estás preparado para cuando te llegue? ¿Sabrás como afrontarla?

Seguramente serán muchas las cosas que podrías hacer, pero estas cuatro actitudes habrán de estar presentes para ayudarte a salir de esa situación:

  • Admitirla. Se trata de reconocer que se ha producido lo inesperado. Tu desconcierto e incredulidad tratarán de llevarte a un intento inútil de escapar de la realidad. Lo mejor que puedes hacer es afrontar la tragedia de manera franca y honesta. Hacerlo proporciona un cierto alivio que te ayuda a pasar a la siguiente fase.
  • Aceptarla. En el reconocimiento de que al hombre no le es posible controlar todas las circunstancias se encuentra la mayor recompensa emocional y espiritual. La humilde aceptación de la tragedia proporciona los recursos necesarios para hacer frente a las consecuencias que puedan derivarse. En la aceptación se descubre la fuerza para sobrellevar la carga recibida. La resignación es capital para avanzar ahora y alcanzar la tranquilidad del espíritu.
  • Adaptarse. Significa abandonar la pasividad e implicarse en la realización de los cambios necesarios para superar la desgracia y excluye toda posibilidad de rendirse o abandonar. Esta adaptación es una condición interna que reclama voluntad y compromiso sin reservas, que exige coraje y determinación.
  • Actuar. No eres esclavo del destino, está en tu mano elegir en qué ocupar tus pensamientos y a qué dedicar tus energías. Así dejas atrás toda lamentación o pena por la tragedia sufrida. La mejor manera de encontrar la motivación para actuar es ponerse a trabajar pensando en ayudar a otros, en salir de uno mismo y abrirse a los demás. Esa actuación física e intelectual alivia el dolor y la tensión emocional con la satisfacción por las ayudas proporcionadas.

No esperes a disponer de las fuerzas necesarias para ponerte a actuar; es en la realización de esos actos donde se descubre la fuerza para llevarlos a cabo. La Fe mueve montañas porque al empezar a empujarlas encuentras la fuerza que precisas.

La superación plena de toda tragedia personal depende en último extremo del reconocimiento de una transcendencia capaz de explicar mañana el sinsentido que afrontas hoy.