Aprender fracasando

La mayoría de las percepciones acerca del fracaso son equivocadas. Se supone que alcanzar el éxito es el resultado de una buena y prudente planificación que proporciona victorias significativas y continuadas. Sin embargo, planificar no enseña, mientras que hacer pruebas y equivocarse, sí.

Fracasar no es sólo un modo de aprender más rápido; es, de hecho, la única manera de aprender. Es mediante la práctica repetida como se ganan las capacidades y no mediante la mera observación de lo que hacen otros o la elaboración de profundas teorías.

Todo consiste en equivocarse pronto y muchas veces, de fracasar estrepitosamente. En las organizaciones destacadas, la evaluación de los colaboradores ha de poner énfasis en conocer los fallos cometidos. Es algo positivo si se reconocen, si se admite que se han equivocado lo suficiente, si se ha compartido el aprendizaje con los demás. Es un reflejo de que asumen riesgos calculados, pequeños y manejables, y que tras los fracasos, no muy costosos, se recuperan con rapidez y avanzan de nuevo. Son incontables los estudios y las experiencias que demuestran que ésta es la mejor manera de descubrir lo que verdaderamente funciona.

Fracasar es, por razones obvias, muy difícil. Hace sentir mal y genera en el cerebro un mensaje muy fuerte de no volver a repetirlo. De ahí la necesidad de insistir en los aspectos positivos. Si queremos tener una sociedad innovadora, con gente bien formada y capacitada, se ha de trabajar en persuadir a las personas de que el dolor del fracaso no es distinto del de las ampollas en los pies de los corredores o en las manos de los tenistas: Una señal de que se pone el esfuerzo suficiente para mejorar.