Gestionando la suerte

La complejidad del mundo en el que te mueves hace que te tropieces de continuo con el riesgo y la suerte. La suma de todas tus actuaciones no proporciona ni explica la totalidad de tus resultados, que se ven condicionados por innumerables factores.

Reconocemos y definimos como riesgo cuando tomamos decisiones que consideramos acertadas pero que dan malos resultados, y la suerte cuando haciendo algo malo o imperfecto logramos un gran resultado totalmente inesperado.

El riesgo y la suerte son, de hecho, dos caras de una misma moneda y deberían recibir el mismo nivel de reconocimiento. El primero es fácil de identificar al ver que hay cosas escapan a tu control, lo que te enseña y ayuda a ajustar tu estrategia. Sin embargo, eso no ocurre con la suerte, al generar un falso sentimiento de control por pensar que hiciste algo bien y lograr lo que esperabas. No te ayudará a tomar buenas decisiones de forma repetida en el futuro.

Este distinto reconocimiento se debe en parte al propio ego y en parte al deseo de descubrir patrones de éxito para aplicarlos y repetir victorias. Por eso es importante aplicar también a la suerte algunas cosas que nos enseña la gestión de riesgos:

  • Aprender a cuantificarla. Has de saber medir qué parte del éxito se debe a la suerte y por tanto no puedes esperar que se repita. No todos están dispuestos a aceptarlo pues darle cualquier protagonismo a la suerte les parece un insulto y un desprecio al esfuerzo que pusieron. Pero, así como al riesgo no le importa el esfuerzo que pongas para condicionar tus resultados, lo mismo puede decirse de la suerte. Ambos te enseñan humildad, aunque el riesgo lo hace de inmediato y la suerte sólo cuando te abandona.
  • Saber lo que significa. Tanto el riesgo como la suerte son interpretados de forma diferente por distintas personas. Que te toque la lotería en medio de unas desgracias es una suerte, como también lo es nacer en un entorno acomodado. Pero la segunda tiene el peligro de ser considerada como algo estructural y acostumbrarte a su presencia, dejando un enorme desconcierto cuando desaparece.
  • Evitar que te confunda. Así como el riesgo reduce la confianza y te lleva a actuar de una forma excesivamente conservadora, la suerte te da una confianza que no se corresponde con tu capacidad, lo que no te permite admitir errores y te deja desmoralizado cuando se marcha.

Del mismo modo que no puedes atribuir las consecuencias negativas de los riesgos a tu falta de esfuerzo tampoco debes ignorar la suerte y atribuirte todo el mérito. El riesgo y la suerte siempre están presentes y son reflejo de que no todo está bajo tu control. De este modo te ayudan a identificar lo que sí depende de ti y te obligan a centrarte en ello.