¡No es mi trabajo!

Si escuchas decir esto a alguien de tu equipo, tienes un problema. Es señal de que tus colaboradores no se comunican ni asumen la responsabilidad de hacer lo que la empresa necesita, lo que incluye el ayudarse mutuamente. Si la cultura fuera la correcta, les importaría el avance de la organización en vez de mostrar esa actitud defensiva y displicente.

Cuando detectes estos signos que impiden que las personas puedan desarrollar un trabajo destacado y disfruten realizándolo, estás obligado a actuar. Tienes estas tres opciones:

  • Tomar cartas en el asunto. Habla con tus colaboradores y descubre si su descontento es general o específico. Si es gente identificada con la empresa, pero frustrada por el trabajo que desarrollan, mira de cambiarles de puesto y ponerles en uno en el que puedan progresar.
  • Investiga. Estudia la cultura que empuja a los directivos y si identificas algún problema, cámbiala. No puede establecerse una teórica escala de valores y luego actuar como si no existieran. Esto no pasa desapercibido. Los colaboradores observan a sus directivos e imitan su comportamiento. La falta de coherencia destroza el entorno de trabajo. Si no estás en una posición directiva y observas esa cultura tóxica, tu mejor opción es marcharte, pues cambiar la organización desde abajo y en solitario es una tarea imposible.
  • Despedir a quien corresponda. Es la opción más radical, y complicada cuando afecta a un cargo directivo. No importa lo bien que le vaya a la empresa; un mal entorno de trabajo puede desencadenar una espiral de degradación que cause un daño irreparable. Es necesario prescindir del agente tóxico por el bien del conjunto.

No contar con una cultura saludable impide construir una organización duradera y viable. Necesitas que la gente acuda a trabajar con la ilusión de poder realizar un trabajo con impacto. Es el mayor de los activos.

Ya sé que esta reflexión puede parecer elemental. Sin embargo, tanto por experiencia propia como por la de profesionales amigos, puedo afirmar que es tan común como excepcional la decisión de afrontar el problema de los personajes tóxicos con las actuaciones apropiadas. Y esto sólo genera perjuicios personales y económicos.