La patada en la espinilla

Llevo semanas retrasando escribir esta nota. Sabía lo que quería decir pero ni tenía claro cómo hacerlo ni estaba convencido de que éste fuera el lugar apropiado. La lectura de este artículo de Antonio Lamadrid, la comida con un amigo muy indignado con casi todo, y la muerte temprana por cáncer de una amiga tremendamente vitalista me han decidido, al final, a escribir esta nota.

No sirve la palabra “indignación” para describir el sentimiento compartido por la mayoría en estos tiempos. Esa es una palabra muy “digna” que no se corresponde con la realidad. Es más ajustado hablar, directamente, de “mala leche”, algo que lamentablemente parece un rasgo característico de nuestra identidad cultural colectiva.

Los medios de comunicación tradicionales me parecen cada día más inútiles por su sesgo y bipolarización. Los mensajes en las redes sociales, insufribles por su nivel de toxicidad. Una epidemia de ceguera colectiva parece extenderse sin remedio por todo el país.

¿Es tan difícil de ver? La patada en la espinilla que se lanza con el pie derecho te acabará rompiendo la pierna izquierda. El contenedor que otros queman es el mío, el tuyo, el de todos. El cristal que rompen con piedras y barras de hierro es el de nuestro negocio. El cajero que sabotean es el que guarda nuestro dinero.

Estas actitudes no nos llevan a ningún lugar. Sólo traen una desesperación que para los más débiles derivará en nuevos suicidios que nos matarán un poco más a todos.

Nos equivocamos de enemigo. Nada que venga del exterior pueden imponernos una manera de pensar o de actuar. La pelea no puede ser del vecino contra uno mismo, ni del empresario contra su empleado, ni de los políticos contra sus votantes, ni de la administración contra sus administrados. Ni puede ni debe ser.

Quizás muchos de ellos tengan responsabilidad particular de la situación en la que nos encontramos, pero ni nos corresponde hacer justicia ni podremos lograrla. Que se ocupe de ello a quien le toque, si quiere o si puede.

En mi opinión, la batalla hay que darla al odio, a la envidia, a la avaricia, a la comodidad, a la corrupción,… y esos son enemigos muy cercanos y conocidos. Hay que mirarse en el espejo y reconocer que esa buena imagen que nos parece ver está distorsionada. Sólo el reconocimiento de las propias limitaciones nos dará el coraje para buscar la manera de superarlas.

Tenemos la libertad y el poder para elegir la historia personal que queremos construir. Sólo hay que ponerse a ello y la situación actual no admite más demora.

Somos muchos los que llevamos tiempo tratando de alejarnos del pesimismo y empujando nuevas iniciativas. Pero con el ruido existente se nos oye poco, y necesitamos ser más. De hecho nadie puede quedarse fuera.

Si todos nos proponemos empujar en el mismo sentido, salimos del atasco en un momento.